23 de noviembre de 2008

Texto para actividades 06

JOHN CHEEVER

"Bueno, juguemos un poco"


John Cheever nacido en Quincy (afueras de Boston) en el año 1912, premiado con el National Book Award y el Pulitzer, nos entrega su obra narrativa como quién espía a la clase media-alta norteamericana, en la que él se sintió siempre como un infiltrado, esa gente de buen pasar, diríamos aquí, con un tono crítico y mordaz, dónde no sólo involucrará a sus vecinos sino muchas veces a su propia familia y a él mismo. Características dispares que incomodarían a cualquier norteamericano medio no le faltaron: bebedor, bisexual, católico, escritor, y aunque el no se considerase tal, intelectual, (digo norteamericano medio podría haber dicho argentino medio).
Nos dice en uno de sus relatos. “Nuestro país es el mejor país del mundo. Nadamos en prosperidad y nuestro presidente es el mejor presidente del mundo. Tenemos manzanas más grandes y mejor algodón y máquinas más veloces y hermosas. Todo esto nos convierte en el país más importante del mundo. El desempleo es un mito. La insatisfacción es una fábula. En el colegio, Estados Unidos es siempre hermoso. Es siempre la gema del océano y está muy mal que así sea. Está mal porque la gente se lo cree. Porque se vuelven indiferentes. Porque se casan y se reproducen y votan y no saben nada. Porque el periódico está siempre de buen humor y se la pasa mirando el cielo raso para no ver la suciedad del piso. Porque todo lo que ellos saben y conocen es lo que les dice el periódico siempre de buen humor.”
Su prosa se caracteriza por una amplia y honda preocupación moral (y esto en sentido amplio y hondo, como en el ejemplo anterior) donde sus personajes constantemente se indagan a sí mismo o indagan al prójimo y permanecen en zona donde se mueven con cierta disconformidad con su medio de vida, insatisfacción permanente que lleva a desencadenar los característicos conflictos de sus relatos.
Sus climas suelen ser oscuros y depresivos, sus finales nada complacientes lo que más de una vez lo ha llevado a tener serias dificultades con sus editores.

“El nadador” es un relato muy conocido de John Cheever, no se si el más representativo, pero sí conocido pues en torno a él se ha hecho una película dirigida por Frank Perry y protagonizada por Burt Lancaster, años 60, para los amantes del buen cine. Cine en blanco y negro aún.
En este relato una decisión arbitraria o espontánea, depende como se lo vea, del protagonista, atravesar a nado todo un barrio residencial, es decir cruzar residencia por residencia nadando en cada una de sus piscinas, para llegar desde el lugar en que se encuentra hasta su casa dónde lo esperarían sus hijas, se convierte en una parábola que abarcaría buena parte de la vida adulta de ese norteamericano de buen pasar, desde el soleado día en que se zambulle en la piscina, pasando por cócteles, truenos, lluvia, una atestada carretera, piletas y piletas, el otoño, el agotamiento físico hasta la conciencia de que ya es un hombre arruinado que “vive sólo de lo que gana” lo cual lo ha desplazado de su círculo social de bocadillos y tragos.
Ante esta propuesta se puede leer en los diarios de J Ch. “¿Qué significa esto? Uno no se vuelve viejo en el curso de una tarde”. Frase esta que nos da ha entender que existían serias dudas del éxito del tal travesía ya no por las aguas de una piscina sino por esa otra piscina de papel, en la que –según Pavese- también uno se convierte en nadador. Dudas en cuanto al resultado y a la factibilidad por lo arriesgada de la empresa, dudas ante el nacimiento de la idea aún no concretada en literatura, no obstante, en el mismo diario, a continuación, J Ch. escribe “Bueno, juguemos un poco”. Frase, ésta última, por demás de significativa, como para, imitando lo que hacía Carver a efecto de conseguir autoestimulación en su trabajo literario, escribirla en una cartulina y tenerla por un buen tiempo en nuestro escritorio o rincón dónde acostumbramos a escribir. “Juguemos un poco” que implica ese riesgo elemental que debemos correr al lanzarnos a escribir y más allá del rigor, la humildad, y paciencia, que, otro norteamericano, Paúl Auster, aconsejaba implica que siempre hay en la escritura ese condimento lúdico que de perderse puede quitar toda capacidad de reacción y naturalidad en la escritura.


Roberto Daniel Malatesta.

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